Comunicado de www.vaticannews.va —
En el marco del Jubileo de los Migrantes, el Hermano Michael Schöpf nos recuerda que somos responsables de los migrantes y refugiados. Quienes se ven obligados a huir de sus hogares deben ser acogidos y asistidos. Y subraya que hacerlo no debería considerarse una opción ni una carga.
Francesca Merlo – Ciudad del Vaticano
Mientras los conflictos, la crisis climática y el colapso económico continúan desplazando a millones en todo el mundo, el 2025 ha traído un giro peligroso para la vida de los más vulnerables. No solo se destinan menos recursos a quienes se ven forzados a huir, sino que muchos gobiernos están desmantelando activamente las estructuras de apoyo existentes.
“Hemos entrado en un periodo de hambre deliberada hacia los refugiados”, afirma el Hermano Michael Schöpf, SJ, Director Internacional del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS). Tras muchos años trabajando en la primera línea de la migración forzada, describe un escenario mundial en el que los más vulnerables ya no solo son olvidados, sino que están siendo excluidos de manera intencionada.
En una entrevista con Noticias del Vaticanoen el marco del Jubileo de los Migrantes, reflexiona sobre lo que denomina la erosión de la solidaridad, el auge de la hostilidad política y una parálisis emocional que se extiende por las sociedades, incluso en aquellas que alguna vez lideraron la batalla por la compasión.
Sin embargo, incluso ante esta “cancelación deliberada del cuidado”, el Hermano Schöpf insiste en que todavía hay esperanza: una esperanza que nace de la comunidad. Una esperanza, dice, que tiene sus raíces en el Evangelio, en la llamada a acoger al extranjero y devolver la dignidad a quienes han sido desplazados.
De la solidaridad al hambre
Según el Hermano Schöpf, lo que enfrentamos hoy no es simplemente una crisis humanitaria provocada por desastres naturales o por la escasez, sino una crisis moldeada por decisiones políticas.
“Los recortes presupuestarios son enormes y tienen un efecto devastador en las personas”, explica. Las naciones occidentales —tanto gobiernos de derecha como aquellos considerados históricamente progresistas— están reduciendo fondos para los sistemas de apoyo internacional, recortando los presupuestos de ayuda y endureciendo sus políticas migratorias. Estas decisiones, dice, no reflejan una necesidad económica, sino un colapso en las prioridades morales.
“Cuando comparas los presupuestos de desarrollo con los de defensa y seguridad, o con el dinero destinado a reactivar las economías nacionales, queda claro que no se trata de falta de recursos. Es un retiro deliberado de la solidaridad”.
Camello
Un ejemplo evidente es Kakuma, uno de los campos de refugiados más grandes y antiguos del norte de Kenia.
El JRS lleva años trabajando allí, ofreciendo educación y apoyo pastoral a miles de personas. Pero las recientes decisiones políticas apuntan a “localizar” la educación secundaria de los refugiados, lo que eliminaría 14,000 plazas escolares en el campo y las sustituiría por apenas unos cientos en escuelas locales lejanas.
“En la práctica”, dice el Hermano Schöpf, “esto equivale a cancelar la educación secundaria para los jóvenes refugiados”. La alternativa —crear internados en zonas remotas— no solo es poco realista, sino actualmente inviable.
El hambre también se extiende más allá de las aulas. En el último año, la ayuda alimentaria se ha reducido tan drásticamente que muchos refugiados sobreviven con el equivalente a 20 centavos de dólar al día. “Eso significa no comer o, con suerte, una comida básica al día”, explica. “En un entorno árido donde simplemente no se puede cultivar nada, esto es hambre literal”.
Las consecuencias sociales son devastadoras. Familias que se desintegran, niños que quedan solos en chozas mientras sus padres buscan comida o se endeudan de manera asfixiante a cambio de raciones futuras.
“Este es el resultado de políticas aplicadas por países occidentales. Estas son las consecuencias que vivimos”.
Hostilidad y entumecimiento
El Hermano Schöpf identifica dos dinámicas que marcan la respuesta global actual hacia los refugiados: hostilidad y entumecimiento.
Por un lado, crece la hostilidad, en particular por parte de líderes y gobiernos populistas que convierten a los migrantes y solicitantes de asilo en chivos expiatorios. Incluso palabras como “migrante” o “refugiado” han sido utilizadas como armas políticas. “En realidad, simplemente describen a una persona que se ha visto obligada a dejar su hogar”, explica. “Pero ahora han sido manipuladas para despojar a la gente de su dignidad”.
Por otro lado, existe una sensación creciente de impotencia, incluso entre quienes se preocupan. “Hay personas bien intencionadas, también en puestos de poder, que se sienten completamente sobrepasadas”, dice. “No son hostiles, pero sí están paralizadas”.
Muchos responsables políticos, añade, están atrapados en sus propias crisis nacionales, incapaces de ver el panorama completo o de imaginar respuestas morales que vayan más allá de la mera supervivencia.
No son el problema, son la solución
Frente a los discursos que presentan a los refugiados como una carga, el Hermano Schöpf ofrece una visión diferente: “Los refugiados no son parte del problema. Son parte de la solución”.
En otras palabras, incluir a quienes han sido desplazados por la fuerza no es solo un asunto de justicia, también es una necesidad práctica. “Ignorarlos”, continúa, “nos lleva a un callejón sin salida, ya sea hostil o indiferente”.
Comunidad
La única salida clara, sostiene el Hermano Schöpf, es la comunidad. “Ante la hostilidad y la indiferencia, lo que nos salva es la comunidad”, afirma. “La solidaridad vivida a nivel local es lo que devuelve dignidad, esperanza e incluso influye en las políticas”.
Un ejemplo exitoso viene de Francia, donde familias acogen refugiados en sus casas durante tres meses. “Esto crea algo más que un refugio”, explica. “Genera un vínculo, un sentido de pertenencia. Envía un mensaje claro: importas”.
Esta es también la visión de la Iglesia. Como recuerdan constantemente el Papa Francisco y ahora también el Papa León: estamos llamados a construir una cultura del encuentro. Y es precisamente en estos pequeños pero poderosos gestos de hospitalidad donde redescubrimos nuestra humanidad compartida.
Un llamado a la justicia
“Si no reconozco al otro independientemente de mi propio beneficio, no habrá paz”, advierte. No se trata simplemente de tratados internacionales o de equidad económica. Se trata de quiénes estamos llegando a ser como sociedad global. Invita a cada uno de nosotros a preguntarnos: “¿Quieres ser la persona que mira hacia otro lado? ¿La que se rinde porque el problema parece demasiado grande? ¿O quieres ser la persona que cree que podemos resolver esto juntos, desde la humanidad compartida?”
La ayuda humanitaria, recuerda, no es un lujo. No es opcional. “No es opcional dejar que la gente muera”.
La esperanza es un camino compartido
Aun en medio de tanto sufrimiento, el Hermano Schöpf encuentra signos de resiliencia y esperanza, especialmente en los propios refugiados.
“Nuestra tarea en el JRS”, afirma, “no es fingir que tenemos todas las respuestas. Es permanecer presentes. Vivir en solidaridad. Reconocernos unos a otros como hermanos y hermanas”.
En esta lucha compartida, en las relaciones forjadas bajo presión, se encuentra la semilla de algo transformador. “Es participar de la esperanza que podemos descubrir juntos”, concluye. “Una esperanza que no solo apunta a una solución, sino a la plenitud de vida que Dios ha prometido a todos”.
Se publicó primero como El director del SJR: La ayuda humanitaria no es opcional


