Comunicado de www.vaticannews.va — ![]()
Un G20 por primera vez en suelo africano con la prioridad de afrontar el peso abrumador de la deuda que lastra a numerosos países en vías de desarrollo.
Roberto Carlés*
Con la apertura de la Cumbre de Líderes este sábado, llega a su fin la presidencia sudafricana del G20. Por primera vez, las reuniones del grupo se han celebrado en territorio africano. Bajo el lema «solidaridad, igualdad y sostenibilidad», el Gobierno sudafricano convocó a un panel de expertos presidido por el exministro de Finanzas Trevor Manuel para orientar diversas iniciativas. A escala global, destaca una prioridad: una campaña destinada a afrontar el peso abrumador de la deuda que lastra a numerosos países en vías de desarrollo.
Solo este año, los países africanos pagarán alrededor de 89.000 millones de dólares únicamente en el servicio de la deuda, y una veintena de países de bajos ingresos se encuentra ya en alto riesgo de sobreendeudamiento. Más de la mitad de los 1.300 millones de habitantes del continente vive en países que destinan más recursos al pago de intereses que a la inversión social en sanidad, educación e infraestructuras. Un nivel de endeudamiento así es insostenible: erosiona los esfuerzos de estos Estados para reducir la pobreza y lograr un desarrollo sostenible.
Un continente asfixiado por la deuda
Como explicó a América Eric LeCompte, director ejecutivo de Jubilee USA Network —una organización católica comprometida con la justicia en materia de deuda—, «la mayoría de los países africanos destina entre la mitad y dos tercios de sus ingresos a pagar sus deudas, mientras el hambre sigue aumentando en el continente». Debido a esta carga, advirtió, en el África subsahariana «uno de cada cinco niños menores de cinco años morirá este año por malnutrición y enfermedades prevenibles».
Por esta razón, la Comisión para el Jubileo, presidida por el premio Nobel Joseph Stiglitz, ha descrito la situación actual como una «crisis de deuda y de desarrollo». En respuesta, el Gobierno sudafricano ha abierto un espacio crucial para buscar soluciones mediante el diálogo y la cooperación entre el sector público, los centros de pensamiento y el mundo empresarial.
Sin embargo, las profundas divisiones dentro de la comunidad internacional y la ausencia de Estados Unidos —que asumirá la presidencia del G20 en 2026— dificultan alcanzar los acuerdos necesarios para abordar esta crisis, así como los dos mayores desafíos que hoy encara la humanidad: la emergencia climática y la emergencia de las desigualdades.
Hace apenas unas horas, aquí en Johannesburgo, se publicó la declaración de la Cumbre de Líderes. En relación con la deuda, reconoce que los elevados niveles de endeudamiento y el incremento del coste de la financiación afectan gravemente a numerosos países de ingresos bajos y medios —especialmente en África—, limitando su capacidad para invertir en desarrollo y reducir la pobreza y la desigualdad. Los líderes expresan preocupación por el acusado aumento de los pagos de intereses en la última década.
Los compromisos adquiridos por el G20
Reafirman su compromiso de ayudar a estos países a afrontar sus vulnerabilidades de deuda de manera integral, respaldando la Declaración Ministerial de 2025 sobre sostenibilidad de la deuda. Se comprometen a reforzar la aplicación del Marco Común del G20, mejorar la transparencia de la deuda y apoyar la revisión del marco de sostenibilidad elaborado por el FMI y el Banco Mundial para los países de bajos ingresos.
La declaración reconoce también el potencial de las cláusulas de deuda resilientes ante crisis, las operaciones de gestión de pasivos y los canjes de deuda por desarrollo o por acción climática, con carácter voluntario. Subraya la importancia del diálogo con todas las partes implicadas —incluidos acreedores privados y países deudores— a través de foros como la Mesa Redonda Mundial sobre Deuda Soberana. Finalmente, pide apoyar a los países con sólidos programas de reforma cuya deuda siga siendo sostenible pero que afrontan graves tensiones de liquidez, y recalca la necesidad de mejorar la gestión de la deuda, la transparencia, la administración financiera pública y la movilización de recursos internos mediante un refuerzo de capacidades.
La Iglesia ante el desafío de la deuda global
En las últimas cuatro décadas, la Iglesia ha insistido en la necesidad de reformar el sistema internacional de deuda, comenzando por la campaña del Jubileo del Milenio inspirada por Juan Pablo II, que en el año 2000 logró un histórico alivio de la deuda, en continuidad con el magisterio social expresado en Preocupación social (1987) y El centésimo año (1991). Desde entonces, todos los papas han reclamado la condonación o reestructuración de la deuda como instrumento para reducir la pobreza.
El pasado mes de junio, en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, la Comisión para el Jubileo presentó un detallado informe titulado Un plan para abordar las crisis de deuda y desarrollo y crear las bases financieras para una economía global sostenible centrada en las personas. La Iglesia impulsó además la campaña mundial «Turn Debt into Hope» a través de Caritas Internationalis.
Hacia una nueva arquitectura financiera internacional
Recientemente, en su mensaje a la COP30, el Papa León XIV, en continuidad con sus predecesores, pidió «una nueva arquitectura financiera internacional centrada en la persona humana, que garantice que todos los países —especialmente los más pobres y los más vulnerables a los desastres climáticos— puedan desarrollar plenamente su potencial y ver respetada la dignidad de sus ciudadanos», teniendo en cuenta tanto la deuda externa como la deuda ecológica.
A pesar de los reveses y de la incertidumbre que han marcado la cumbre de este año, la declaración de los líderes refleja una conciencia compartida no solo sobre la magnitud de los desafíos globales actuales, sino también sobre un amplio consenso emergente acerca de cómo abordarlos. En los meses previos a la Cumbre, la Iglesia —junto con otras organizaciones humanitarias y entidades dedicadas a la lucha contra la pobreza— ha desempeñado un papel destacado en la construcción de este consenso. Es un ejercicio de esa «cultura del encuentro» evocada tan a menudo por el papa Francisco, pese a las dificultades, los obstáculos y los poderosos intereses que se le oponen.
La tarea no es sencilla. La gravedad de los problemas actuales exige esfuerzos de gran envergadura que solo los Estados más ricos pueden iniciar y sostener, en un momento en que el mundo, en cierto modo, ha perdido su centro: el multilateralismo se debilita, las rivalidades entre grandes potencias se intensifican y numerosos países se repliegan sobre sí mismos, reduciendo su capacidad de ofrecer respuestas colectivas a crisis que, paradójicamente, requieren más cooperación que nunca.
Las grandes potencias deben entender que estos problemas no conocen fronteras —como ocurre con el cambio climático— o acaban, tarde o temprano, alcanzando también sus propios territorios. Y, incluso cuando no es así, el coste financiero de garantizar atención sanitaria, educación, comedores escolares y agua potable a quienes carecen de ellos es modesto —prácticamente insignificante— si se compara con el coste de la guerra.
Una llamada a recuperar el sentido del Evangelio
En este contexto, la Iglesia —dotada de una autoridad moral incomparable— explica por qué es realmente del interés de nuestras naciones ayudar a nuestros hermanos y hermanas en cualquier lugar del mundo. Ese es su mayor aporte a un mundo desgarrado, en los últimos compases del Jubileo de la Esperanza.
*Red Jubilee USA
Se publicó primero como Deuda, esperanza y un mundo fragmentado: cumbre del G20 de Johannesburgo


