Comunicado de www.vaticannews.va —
Durante la octava Misa de los Novendiales en sufragio del Papa, el cardenal y ex proprefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica invitó a transformar el entusiasmo de los apóstoles a los que se apareció Jesús Resucitado en un “programa de vida”. Su “asombro”, que contrasta con el “desconcierto” y el “desconcierto”, se convierte en un ejemplo para quienes, hoy, tienen una “gran necesidad de encontrar al Señor”.
Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano
Un nuevo “programa de vida”, arraigado en el amor manifestado hacia el Papa Francisco y en el entusiasmo manifiesto, en el “asombro” que contrasta con el “desconcierto” y la “consternación” inicial mostrada por los discípulos ante el Resucitado. Un ejemplo que todos los bautizados –y especialmente cuantos abrazan la vida consagrada– están llamados a testimoniar, hoy, a cuantos “tienen una gran necesidad de encontrarse con el Señor”. Este es el deseo que ha lanzado el cardenal Ángel Fernández Artime, ex proprefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, en la homilía de la octava Misa de los Novendiali en sufragio del Papa, presidida esta tarde, 3 de mayo, en la Basílica de San Pedro.
La valorización de la mujer consagrada
Poco antes del acto penitencial, habló la Hermana Mary T. Barron, OLA, Superiora General de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles y presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG). En nombre de las mujeres consagradas, trazó un intenso retrato del Papa Francisco: “un pastor humilde, compasivo, lleno de amor sin límites”, capaz de recordar al mundo entero que la “fragilidad” puede ser abrazada, no como un “límite”, sino como fuente de “gracia”. A las monjas les reiteró la invitación del Papa a inclinarse en el servicio, «como Cristo se inclinó para lavar los pies de sus discípulos». Con voz llena de gratitud, reconoció a Francisco como quien supo acoger y valorar a las mujeres consagradas, haciéndolas «participantes activas del camino sinodal». “Prometemos continuar la misión”, concluyó el Oblato, “convirtiéndonos en fuego que enciende otros fuegos”.
Un Pontífice capaz de “sacudir”
Luego se hizo el silencio para las palabras del Padre Mario Zanotti, secretario de la Unión de Superiores Generales, quien trajo las condolencias de todos los institutos religiosos. “El Papa Francisco”, dijo con emoción, “nos ha dejado un gran legado de humanidad, una humanidad profundamente cristiana”. Su rostro se perfilaba con rasgos vivos y sinceros: un Pontífice “cercano”, capaz de escuchar y, a veces, “sacudir”, con palabras fuertes, las “certezas” y las “costumbres revestidas de religiosidad”. Con firmeza evangélica, pidió coherencia con las Sagradas Escrituras y con el carisma de las familias religiosas, indicando como signo común y profético el compromiso con la «pobreza», «signo profético opuesto al poder y a la riqueza».
La necesidad actual de encontrarnos con el Señor
“Rezar por los muertos es la mayor obra de caridad”. Son las palabras que abren la homilía del cardenal Fernández Artime, que parte de una cita de san Alfonso María de Ligorio, junto a la de san Juan María Vianney: «Rezar por los difuntos significa, por tanto, amar a los que están muertos». Una introducción llena de recuerdo y cariño, dirigida también a la numerosa presencia de religiosos y religiosas reunidos en la celebración. El cardenal recuerda el cariño de las congregaciones por el Papa Francisco y su constante compromiso con la oración: “por su ministerio”, por su persona, “por la Iglesia, por el mundo”.
A partir del pasaje evangélico proclamado – la manifestación de Cristo resucitado a los discípulos en el lago de Galilea – el cardenal evoca las palabras de san Atanasio, según el cual la presencia de Cristo resucitado hace de la vida «una fiesta continua». Y es precisamente esta luz transformadora la que permite a los discípulos afrontar sin miedo la “prisión”, las “amenazas” y la persecución.
«Me pregunto —dijo el Papa Francisco en una de sus catequesis sobre este mismo pasaje—: ¿de dónde sacaron los primeros discípulos la fuerza para su testimonio? No solo eso, sino ¿de dónde surgió la alegría y la valentía del anuncio a pesar de los obstáculos y la violencia?». Es evidente que sólo la presencia, con ellos, del Señor Resucitado y la acción del Espíritu Santo pueden explicar este hecho. Su fe estaba basada en una experiencia tan fuerte y personal de Cristo, muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie. Hoy como ayer, los hombres y mujeres de la generación actual tienen una gran necesidad de encontrar al Señor y su mensaje gratuito de salvación”.
«No antepongas nada al amor de Cristo»
El cardenal Artime recuerda después las palabras de san Juan Pablo II, pronunciadas durante el Jubileo de la Vida Consagrada en el año 2000: una elección que se convierte en «presencia profética para todo el pueblo cristiano», vivida a menudo en condiciones difíciles, pero entregada sin reservas «en nombre de Cristo, al servicio de los pobres, de los marginados, de los últimos». Todos los bautizados, afirma Artime, están llamados a ser testigos del Señor, y la vocación al discipulado es un impulso a vivir radicalmente el primado de Dios.
Esta misión es particularmente importante cuando –como ocurre hoy en muchas partes del mundo– experimentamos la ausencia de Dios o olvidamos demasiado fácilmente su centralidad. Podemos entonces retomar y hacer nuestro el programa de San Benito Abad, resumido en la máxima “no anteponer nada al amor de Cristo”.
Presencia en el fracaso
El cardenal recuerda también otro rasgo de la vida consagrada, trazado por Benedicto XVI: el de “centinelas que perciben y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia”. Los consagrados, continúa el cardenal, deben convertirse en «un signo creíble y luminoso del Evangelio y de sus paradojas», no conformándose con la mentalidad de nuestro tiempo, sino transformándose y renovando sin cesar su «compromiso».
También en el Evangelio, observa el cardenal español, el Señor «se hizo presente» cuando todo parecía «acabado, fracasado», y va al encuentro de los discípulos quienes, llenos de alegría, lo reconocen como «el Señor».
En esta expresión percibimos el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de estupor, que contrasta vivamente con la confusión, el desánimo, el sentido de impotencia que hasta entonces había presente en el alma de los discípulos. Sólo la presencia de Jesús Resucitado lo transforma todo: las tinieblas son vencidas por la luz; el trabajo inútil vuelve a ser fructífero y prometedor; El sentimiento de cansancio y abandono da paso a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros. Lo que sucedió con los primeros y privilegiados testigos del Señor puede y debe convertirse en un programa de vida para todos nosotros.
«Despierta al mundo»
Finalmente, el cardenal Artime cita nuevamente al Papa Francisco, quien en el año de la vida consagrada invita a los religiosos a “despertar el mundo”, con un corazón y un espíritu puros, capaces de reconocer a las mujeres y a los hombres de hoy –especialmente a los más pobres, los últimos, los descartados– “porque en ellos está el Señor”.
Que María, Madre de la Iglesia, nos conceda a todos la gracia de ser hoy discípulos misioneros, testigos de su Hijo en esta Iglesia suya que – bajo la guía del Espíritu Santo – vive en la esperanza, porque el Señor Resucitado está con nosotros hasta el final de los tiempos. Amén
Se publicó primero como Artime de Fernández: La Invitacia de Francisco Awakening Al Mundo