Comunicado de www.vaticannews.va —
Aunque muchas congregaciones religiosas en Europa se enfrentan al desafío del envejecimiento de sus miembros, el corazón de la vocación sigue siendo el mismo: servir a los necesitados con amor y dedicación. En Matera, en el sur de Italia, sor Ángela Sinopoli, de 93 años, sigue haciéndolo por las calles de su ciudad, vive la pastoral de la proximidad.
Sor Ilaria de Lillo
“Nadie es tan pobre como para no tener algo que dar, y nadie es tan rico como para no tener nada que recibir”, decía el difunto Papa Francisco. Y observando la vida llena de sor Ángela, se diría que es así. Independientemente de la edad, de lo vivido y de dónde se esté, siempre hay algo que dar y recibir por amor. Enfermera jubilada, tiene noventa y tres años de edad y setenta años de vida religiosa vividos con alegría: es sor Ángela Sinopoli, hermana Auxiliadora de las almas del Purgatorio, que desde 2001 vive en Matera la pastoral de la proximidad. Esta misión la lleva a salir a las calles para acoger los encuentros que de vez en cuando puede tener, visitar a quien está solo, enfermo o busca a alguien en quien poder confiar y con quien compartir las cargas de la vida. Su energía es inagotable porque tiene sus raíces en la conciencia del don: a pesar de sus noventa y tres años, la religiosa afronta los desafíos de la vida cotidiana con determinación y humor, animada precisamente por ese amor recibido primero y que no la permite desanimarse ante nada. El estilo de sor Angela se caracteriza por tres palabras clave: fuerza, energía y coraje. Se basa en la sabiduría de la espiritualidad ignaciana, pilar de las hermanas Auxiliadoras para vivir el acompañamiento como presencia entre y al lado de la gente.
Por lo tanto, no es la edad lo que detiene el deseo de compartir la alegría y la misericordia del Señor con los demás. Aunque el físico puede poner límites, el corazón traspasa todas las fronteras. Sor Angela escucha los problemas que las personas le confían y se hace compañera de vida aprovechando el relato como momento terapéutico para las personas. Llamando a las cosas por su nombre, salen a la luz, se pueden afrontar a la luz de la esperanza y no en la oscuridad de la desesperación. “Cada vez que la gente me cuenta sus problemas y sus miedos -explica sor Ángela- trato de animarlos a seguir adelante. A veces decimos una oración juntos, otras veces intercambiamos una sonrisa”. Y cuando regreso a casa, lleve todo a la oración personal y comunitaria. Continúa: “Es una forma de testimoniar el amor de Dios por ellos”.
En la crisis de la presencia, ahora es el momento de escuchar
Sor Angela no tiene reloj en la muñeca cuando sale de casa temprano por la mañana para comenzar sus paseos por la ciudad. Conoce bien el arte de “perder el tiempo” con las personas y acoger lo inesperado de un encuentro. Por la mañana programa qué familias visitar durante el día; otras veces hace una lista de contactos de personas que sabe que están en dificultad y vive una pastoral “telefónica”. Llamar a alguien, aunque sea solo por un saludo puede ser una caricia que la persona recibe, una forma de comunicar al otro que es importante, que hay alguien que lo piensa y esto infunde confianza y esperanza.
Pero otras veces el encuentro no está programado, tiene lugar en la calle y permite a sor Ángela decir como Pedro “no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy” (Hch 3, 6). La religiosa vive la escucha como forma de participación en los dolores de la gente y presencia en el dolor mismo, para no dejar a nadie solo con sus propios problemas. El de la cercanía es vivido por sor Ángela como un servicio para afrontar una problemática contemporánea que el antropólogo Ernesto De Martino definía como “crisis de la presencia”, es decir, la pérdida del horizonte de sentido, la incapacidad de tener control de la propia existencia y del propio papel en la vida. En la época de la policrisis, sor Ángela siente la urgencia de volver a dar valor a las personas precisamente estando allí. “Son sobre todo las madres las que me hablan de los problemas con los hijos – subraya la religiosa. -Los padres se sienten solos, viven los muchos desafíos de la educación, la precariedad del trabajo en el sur es otro motivo de preocupación, existe el miedo de no tener un futuro”.
Escuchar con arte, para esperar juntos
Al escuchar estas situaciones, la tentación puede ser querer dar una solución que a veces no existe, o dar respuestas que pueden no ser apropiadas. Pero en su caja de herramientas Sor Angela lleva consigo: escuchar sin juzgar, guardar silencio, guardar las palabras del otro en el corazón y “acompañar a la persona a no deprimirse, sino más bien a esperar -puntualiza- pero no tengo una receta sobre qué decir, me dejo guiar por las palabras que el Señor me sugiere”. Y con humildad se encomienda a la Providencia.
Aprendamos de Jesucristo a ir a las periferias
Salir de casa y visitar a las personas, lo que el Papa Francisco definía como “ir a las periferias”, es un estilo evangélico que sor Ángela asume tomando como modelo a Jesús. Atraída por la forma en que Jesús mira a los demás, es decir, como criaturas amadas, la forma en que Él se interesa por los pobres y les trae esperanza, impulsa a sor Ángela a ir en busca del encuentro para ver a Dios obrando en este mundo, con certeza, a pesar de los conflictos y los problemas. Sor Ángela es una de las muchas religiosas que siguen sirviendo a las personas mucho después de su jubilación de sus profesiones y responsabilidades: “La nuestra es una vida al servicio de los demás, concluye. ¡La vida que hemos elegido y nuestro carisma son regalos para compartir con alegría!”. Y nunca se deja de recibir y compartir.
Se publicó primero como La misión no termina con la edad: escuchar es la primera forma de amor



