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La ONU y el derecho internacional como lenguaje de esperanza

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Comunicado de www.vaticannews.va —

Hace 80 años que entró en vigor la Carta de las Naciones Unidas, los ideales de aquella época resuenan hoy, 24 de octubre, con más urgencia que nunca, en un mundo donde las guerras, las carreras armamentistas, la desconfianza y el miedo siguen minando la cooperación entre los pueblos y debilitando las esperanzas de la gente.

Francesco Recanati – Ciudad del Vaticano

«Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, decididos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra […]a reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones que permitan mantener la justicia y el respeto de las obligaciones dimanantes de los tratados y otras fuentes del derecho internacional, y a promover el progreso social y mejores niveles de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad […]hemos resuelto unir nuestros esfuerzos para el logro de estos fines».

Estas palabras abren el Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, que entró en vigor el 24 de octubre de 1945. Es como escuchar, entre los escombros de un siglo herido, un eco de confianza en la humanidad. Los principios proclamados entre las ruinas de la guerra siguen hablando al corazón y a la conciencia de cada persona. En ellos, reconocemos un anhelo antiguo pero siempre nuevo, una esperanza que trasciende el tiempo y las generaciones, el deseo de un orden fundado en la dignidad, la justicia y la paz. Es la misma fe que invita a la humanidad a perseverar con valentía y confianza en la construcción, como recuerda el Papa León XIV, «puentes que, a través del diálogo, a través del encuentro, nos unan a todos para ser un solo pueblo, siempre en paz».

  La Sede de las Naciones Unidas en Nueva York

La ONU y el derecho internacional como lenguaje de esperanza

La Sede de las Naciones Unidas en Nueva York

80 años después

Ochenta años después, los ideales que inspiraron a la ONU siguen resonando como un llamado más urgente que nunca. Entonces, había 50 países fundadores; hoy, hay 193 Estados miembros, prácticamente la totalidad de la comunidad de naciones. La Santa Sede y Palestina participan como observadores permanentes. Esto es una señal de que, al menos en principio, la humanidad sigue identificándose con la visión de justicia y paz que la Carta de 1945 tradujo en palabras.

Sin embargo, las guerras antiguas y nuevas, la carrera armamentista, la desconfianza y el miedo siguen socavando la cooperación entre los pueblos y debilitando sus esperanzas. La política internacional a menudo parece estar dominada más por estrategias de poder y la lógica de la conveniencia que por «relaciones amistosas basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos», como se afirma en el artículo 1, punto 2, de la Carta.

Pero la fe nos anima a creer que «nada es imposible para Dios» y que la gracia sigue actuando donde la razón y las estrategias humanas fallan. ¿Quién hubiera imaginado, a principios del siglo XX, que pueblos marcados por dos guerras devastadoras se unirían, pocos años después, dando origen a instituciones comunes como las Naciones Unidas y la Comunidad Europea? Signos imperfectos, sin duda, pero reales y concretos, de un deseo de paz que el espíritu de fraternidad ha inspirado precisamente a través de las debilidades humanas e incluso de las contradicciones de la historia.

Responsabilidad moral de toda la humanidad

Vivimos en una época en la que la ciencia y la tecnología han experimentado un desarrollo sin precedentes. Sin embargo, parece evidente que esto no basta para guiar el camino humano hacia el bien común si no existe una conciencia viva de un objetivo compartido, de un destino que nos une y nos trasciende, y si no escuchamos esa voz interior que llama a cada uno de nosotros y a toda la humanidad a la responsabilidad moral.

A menudo se invoca la primacía del derecho y la necesidad de fortalecer las normas comunes para garantizar la paz y la justicia. Pero el derecho, si se le priva de su fundamento auténtico, corre el riesgo de quedar reducido a una mera expresión de poder. No es la fuerza ni la autoridad lo que lo hace justo, sino su fidelidad a la verdad del hombre y a una justicia que no se limita a la legalidad.

Pío XII, en su mensaje de Navidad de 1942, advirtió que el derecho, si se separa de la moral, puede tener consecuencias aberrantes para los individuos y la sociedad. Esas palabras proféticas, pronunciadas en la oscuridad de la guerra, nos recuerdan que ningún sistema jurídico es verdaderamente humano si pierde el fundamento de la dignidad humana y, con ella, de la justicia. Es un recordatorio arraigado en la sabiduría de San Agustín, para quien «sin justicia, los reinos no son más que grandes robos».

Una mayor conciencia de la dignidad humana

Cuando la humanidad pierde el rumbo, la fuerza del viento ya no basta para guiarla hacia el Bien. «Ningún viento es favorable al navegante que no sabe qué puerto navegar», escribió Séneca. Para señalar ese puerto, no solo político sino también espiritual, veinte años después de la fundación de la ONU, en 1965, Pablo VI viajó a Nueva York como «peregrino de la paz», llevando la voz de la conciencia y la esperanza al foro político mundial. El Papa no fue a bendecir un poder o una institución, sino a recordar a todos, creyentes y no creyentes, la responsabilidad moral de la paz. «¡Nunca más guerra, nunca más guerra! ¡Paz, es la paz la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad!», proclamó el Papa Montini con una fuerza que conmovió al mundo.

A pesar de las contradicciones del momento actual, es innegable que una mayor conciencia de la dignidad humana y una búsqueda más intensa de formas comunes de justicia han abierto nuevos caminos, a veces frágiles pero concretos. El derecho internacional, aunque debilitado y a veces impotente, sigue representando un lenguaje común de esperanza y fraternidad, recordando a los Estados que ningún orden puede considerarse justo si se basa en el miedo, la amenaza y la fuerza.

Un acto de confianza en la humanidad

La Doctrina Social de la Iglesia nos invita a reconocer el derecho no como un sistema de poder, sino como un acto de confianza en la humanidad, en su libertad y en su vocación al bien, recordando que el derecho conserva su sentido solo cuando se funda en el respeto a la persona humana en su valor inviolable y fundamental, creada a imagen y semejanza de Dios.

Es en este reconocimiento donde radica la posibilidad misma de una coexistencia justa y pacífica, no como una idea abstracta, sino como un principio vivo y concreto que se expresa en la vida de los pueblos a través de la caridad y la misericordia. La voz de la moral y del derecho, apoyada por instituciones justas y creíbles, no tendrá la fuerza aterradora de las armas, sino que posee en sí misma un poder más profundo y constante, que persuade las conciencias y desarma los corazones.

Al celebrar el aniversario de su fundación, la ONU puede redescubrir en su vocación original un llamado siempre presente: ser signo e instrumento de esa fraternidad universal que puede traer estabilidad, justicia y paz al mundo.

Se publicó primero como La ONU y el derecho internacional como lenguaje de esperanza

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