Comunicado de www.vaticannews.va —
Entre los testimonios de la vigilia de oración presidida por el Papa, en la tarde de este 15 de septiembre, se encuentra el de la viuda Montanino. Su marido Gaetano era un guardia de seguridad, asesinado en el 2009 en un intento de robo por parte de unos jóvenes. Entre ellos se encontraba Antonio, condenado a 22 años de cárcel. Varios años después de su encuentro, la vida de ambos ha cambiado profundamente
Benedetta Capelli – Ciudad del Vaticano
Esta es una historia muy dolorosa, entrelazada con la violencia perpetrada por jóvenes descarriados y con la muerte que aniquila los sueños, borra el mañana y sumerge en la oscuridad a una madre y a una hija. Pero también es una historia de fe, de redención, de redescubrimiento de valores, de niños que enseñan a un padre a tener confianza en el futuro.
Es la historia de una mujer, Lucia Di Mauro Montanino, con un sentido innato de la justicia, acostumbrada a cuidar de los demás y a querer cambiar las cosas, sobre todo cuando se encuentra ante hombres como Antonio, a quienes se les ha negado la infancia. Jóvenes que han experimentado la soledad y que, sin rumbo, han encontrado natural delinquir; como si robar y agredir pudiera apaciguar la rabia de haber sido hijos y niños invisibles.
Lucia dará su testimonio esta tarde, 15 de septiembre, ante el Papa León XIV durante la Vigilia de oración en la Basílica de San Pedro, punto culminante del Jubileo de la Consolación. Contará su encuentro con uno de los asesinos de su marido Gaetano.
Él era el amor de su vida, lo llamaban «el rubio», adoraba el uniforme y aún más a su hija Verónica. En el caluroso verano del 2009, el 4 de agosto, el día antes de su onomástica, en Nápoles, durante una ronda de control, él y su compañero son sorprendidos por unos chicos que quieren sus pistolas. Gaetano, de 45 años, no cede a las presiones de los atracadores y es acribillado a tiros, mientras que su compañero logra salvarse. La vida de Lucía cambia repentinamente a partir de ese día, y ese giro no será el único, sino que le seguirán otros, inesperados y sorprendentes.
Una mamá que consuela
«Estoy muy emocionada y feliz de participar en el Jubileo de la Consolación», cuenta Lucía a los medios de comunicación del Vaticano.
El «muchacho» es Antonio, el único menor de edad del grupo que asesinó a su marido Gaetano. No disparó, pero participó en la emboscada. A los 17 años, presa del miedo y la inconsciencia, decide fugarse a España y se lleva consigo a su joven novia, que precisamente en ese momento descubre que está embarazada. Demasiado.
Todo demasiado en la vida de un joven que aún no ha cumplido la mayoría de edad, que ya ha comprometido su futuro y cuya única perspectiva es la cárcel de Nisida. Será precisamente entre esas rejas donde volverá a vivir, a respirar aire puro, a comprender que hay que pedir perdón si se ha cometido un error, el mayor de todos los errores.
Sin odio ni rencor
Lucia es asistente social y desde niña se ha dedicado a ayudar a los demás. Los que mataron a Gaetano eran cuatro jóvenes. Antonio conducía la moto y fue condenado a 22 años de cárcel por el homicidio.
«Siempre me he preguntado: ¿qué hemos hecho nosotros, los adultos, los padres, por los jóvenes de estos barrios difíciles? Casi nada, diría yo… Me he dado cuenta de que poco nos importa que estos chicos no sepan nada de la vida, que solo conozcan la supervivencia, y no la cultura, el deporte o las ambiciones sanas. Todo esto me ha hecho comprender que nosotros, los adultos, éramos y somos responsables de estos chicos y de su comportamiento».
De ahí surge la investigación de Lucía y su necesidad de dar un significado diferente al asesinato de su marido:
Un sentido ante la sangre inocente
«En mi opinión, Dios me dio la oportunidad de darle un giro a esta historia haciendo algo concreto, comprendiendo que podía cambiar las cosas». Durante muchos años, Antonio buscó ponerse en contacto con la familia de Gaetano, pero Lucía no aceptó. Sin embargo, en su interior se hizo espacio un pensamiento:
Entiende que es necesario un encuentro, pero a su alrededor esta posibilidad genera malestar y críticas. «Al principio fue muy difícil porque, para muchos, significaba ir del brazo del asesino, significaba que estaba ayudando a alguien que merecía no salir nunca más de la cárcel, pero el motivo era otro». Lo que la salva es Gaetano.
La piedra desechada
Junto a Lucía está la asociación Gratis de Don Ciotti, están las familias de las víctimas de la mafia, está la fe que se convierte en su salvavidas en los muchos momentos difíciles que ha vivido. Ella, tras varias conversaciones con los educadores de Antonio, siente que debe confiar en él para que realmente cambie.
«Siempre me gusta decir que la piedra desechada puede convertirse en la piedra angular, a veces precisamente por el hecho de que estos chicos se han equivocado pueden ser un ejemplo para los demás y mostrarles una vida mejor».
Lucia habla de reconciliación, más que de perdón, de conceder una oportunidad para que el mal desaparezca. «Antonio habría salido a los 40 años, podría haber hecho mucho daño todavía, sentía que tenía que ayudarle a ser una persona mejor, tenía que ayudar a esa familia, a esos niños a crecer de forma sana, serena, sin un padre en la cárcel, con dificultades económicas y relacionales».
La ocasión llega inesperadamente, un día de conmemoración, Lucía y Antonio en el mismo lugar. El bien y el mal. Pero ese mal, cuenta la mujer, tiene el aspecto de un niño que parece un renacuajo, delgado, pequeño y que llora sin parar. El abrazo que ella le da es el abrazo de una mujer fuerte, más que él, porque el bien vence, se devuelve, se convierte en encuentro y los cambia a ambos.
El dolor, una fuerza
«Antonio – explica Lucía – siempre me dice que soy su verdadera madre. Esto me honra, me da fuerzas porque, al fin y al cabo, ser madre, además de de mi hija, de un hijo que se ha equivocado, de una persona que necesitaba orientación, que necesitaba referentes, es algo maravilloso». Confiesa que no siempre es dulce, que señala las cosas, pero luego «es bonito ver los resultados cuando te conviertes en el punto de referencia de una persona que estaba perdida». Los hijos de Antonio incluso la llaman «abuela».
«A quienes sufren un dolor – explica Lucía, refiriéndose al Jubileo de la Consolación – les aconsejo que no se cierren en sí mismos, sino que se abran al mundo y conviertan ese dolor en una fuerza, que se pongan en juego, que no se sientan solo víctimas, sino que comprendan lo que se puede hacer y cómo seguir adelante, también en nombre de quienes ya no están».
«Conozco las historias de muchos familiares de víctimas inocentes, que murieron injustamente, por los motivos más absurdos. Consolémonos haciendo algo, porque es lo único que nos queda. No hay que encerrarse en ese dolor que nos impide vivir, sino seguir adelante, fijarnos metas y mirar con confianza hacia el futuro para convertirnos en protagonistas del cambio». Una vida que vuelve a volar con Gaetano en el corazón.
Se publicó primero como Lucía y Antonio: cuando el perdón es más fuerte que el dolor