Comunicado de www.vaticannews.va —
En su discurso inaugural en la Plaza de San Pedro, monseñor Juan Ignacio Arrieta, Secretario del Dicasterio para los Textos Legislativos, insta a toda la profesión jurídica a ser cautelosa ante el «peligro del formalismo», respetando la dignidad de las personas y dejándose guiar por la «verdad objetiva del caso concreto». El discurso fue presentado por monseñor Fisichella, Proprefecto del Dicasterio para la Evangelización, quien enfatizó la importancia de promover las necesidades de las personas
Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano
Los «excesos» inmortalizados por el Dr. Azzeccagarbugli en la novela «The Promessi Sposi» se convierten para la profesión jurídica en un incentivo para redescubrir el «alto y noble sentido» de su misión. Desde esta perspectiva, el Jubileo de los Operadores de Justicia representa una oportunidad para reorientar nuestra brújula hacia la fuente misma de la justicia: Dios, «que ha ordenado todas las cosas con justicia». Su verdad, «humilde», «paciente», pero también «profundamente obstinada, consciente de que siempre prevalece en una instancia superior», evita el «peligro del formalismo», respeta la dignidad de la persona y conduce a un juicio objetivo «del caso concreto». Estos son algunos de los temas abordados por monseñor Juan Ignacio Arrieta, Secretario del Dicasterio para los Textos Legislativos, en el discurso inaugural pronunciado esta mañana, 20 de septiembre, en la Plaza de San Pedro, en el marco de los actos del Año Santo dedicados a los operadores de justicia. Por primera vez en la historia de los Jubileos, reúnen a más de 15.000 participantes —jueces, magistrados, asociaciones, universidades y organismos gubernamentales— de aproximadamente 100 países.
Justicia sustancial y relacional
La reflexión del Obispo comienza con un postulado común a todos los creyentes: «La justicia reside en Dios». Tiene una doble dimensión: «sustancial», como atributo de la esencia divina que creó todo de manera justa y ordenada, y «relacional», que se refiere a las relaciones entre las personas en la sociedad. Aparentemente irreconciliables, estas dos perspectivas resultan en realidad complementarias e inseparables. «En última instancia», explicó el obispo, «fue Dios quien ordenó todo con justicia, y la justicia humana solo puede restaurar el orden que Él estableció».
La intuición de San Agustín
San Agustín, recordado por el Obispo, dedicó parte de su predicación a la noción de la justicia como imagen de Dios. En la práctica, se dedicó «asiduamente al papel de juez», quejándose incluso del tiempo y la energía que esta tarea le exigía. Para el santo de Hipona, la justicia era «participación en la Verdad» y, al mismo tiempo, un compromiso «para recomponer el orden preestablecido por Dios». Esta intuición combina las dimensiones sustancial y relacional: «ya que somos la imagen divina, debemos realizar la justicia que llevamos escrita en nuestros corazones».
La justicia de Jesús
Según Arrieta, la justicia adquiere así un significado casi sagrado, que encuentra su plena realización en la figura de Cristo. Algunos episodios evangélicos dan testimonio de ello: el pago de los impuestos prescritos, a pesar de no estar obligados por la justicia como Hijo de Dios, sino afrontados para evitar el escándalo; la denuncia de la práctica de liberarse de las obligaciones familiares mediante la limosna; y la afirmación de que el nuevo orden de gracia que estaba a punto de establecerse rechaza el repudio, inicialmente tolerado debido a la profunda herida que el pecado dejó en la naturaleza humana. En estas ocasiones, Jesús, como fuente de autoridad, denuncia el peligro del formalismo, corrige las interpretaciones distorsionadas de la ley y restaura su auténtico significado. Con su cruz, reafirma la dimensión eterna de la injusticia humana en la historia.
Operadores de justicia, instrumentos de esperanza
Hoy, dos mil años después, los operadores de justicia están llamados a servir a la dignidad de las personas, atendiendo sus necesidades más urgentes y actuando —con las debidas diferencias, pero en igualdad de condiciones, por ejemplo, con médicos y sacerdotes— como instrumentos de esperanza. Es una tarea exigente, a veces marcada por divisiones y una sensación de impotencia. Los propios sistemas jurídicos, observa el prelado, a veces parecen haber renunciado a la verdad objetiva, favoreciendo la certeza geométrica de las normas. El derecho canónico, manteniéndose al margen de las corrientes positivistas, ofrece la posibilidad de evitar que los casos individuales se pierdan en la espesura del sistema jurídico, rompiendo con la mera lectura de los textos.
Verdad, humilde y tenaz
Quienes administran justicia están «personalmente obligados a estándares más elevados de verdad», buscando siempre —como señaló el jurista Giuseppe Capograssi— la «certeza sustancial del derecho, que reside en la sustancia misma de sus principios». La verdad, en este sentido, es «humilde y paciente», pero también tenaz. Su aplicación debe ser «rápida» e imparcial: «incluso quienes no pueden compensar los esfuerzos invertidos, en casos oficiales o de pobreza, tienen derecho a ser asistidos con igual cuidado y profesionalidad».
La ley natural
El Secretario del Dicasterio para los Textos Legislativos recordó a continuación las palabras de León XIV a los parlamentarios con motivo del Jubileo de los Gobernantes, según las cuales «la ley natural, universalmente válido más allá de otras creencias de naturaleza más cuestionable, constituye la brújula para orientarse al legislar y actuar». Citando a Cicerón (Para publicar), el Pontífice recordó que es «la recta razón, conforme a la naturaleza, universal, constante y eterna, la que con sus mandatos invita al deber y con sus prohibiciones disuade del mal. No se permite modificar esta ley, ni suprimirla en parte, ni es posible abolirla por completo».
Recuerdo del Magistrado Livatino
El Jubileo de los Operadores de Justicia coincide, este domingo, con el 35.º aniversario del asesinato del Magistrado Rosario Livatino, asesinado a los 33 años el 21 de septiembre de 1990 en la carretera entre Caltanissetta y Agrigento, Sicilia. Beatificado el 9 de mayo de 2021, uno de sus asesinos, que se arrepintió y se convirtió gracias a su ejemplo, también testificó en su proceso de canonización. Livatino firmaba sus escritos profesionales con el acrónimo S.T.D., «Subtection de»una fórmula que algunas cancillerías medievales utilizaban para poner los documentos «bajo los auspicios de Dios». Para él, el derecho y la fe eran «continuamente interdependientes, sometidos diariamente a una confrontación a veces armoniosa, a veces dolorosa, pero siempre vital, siempre indispensable».
La ardua tarea de decidir
Los profesionales del derecho se enfrentan, por lo tanto, a una de las tareas más arduas: «decidir». Arrieta concluyó citando al propio Livatino: «Cuando muramos, nadie nos preguntará cuánto creímos, sino cuán creíbles fuimos». Un llamado a un compromiso concreto que haga visible la coherencia de las convicciones cristianas, incluso en el ejercicio de la abogacía.
Saludo de Fisichella
Monseñor Rino Fisichella, Proprefecto del Dicasterio para la Evangelización, introdujo la Lectura antes de la audiencia con el Papa y dio la bienvenida a la diversa asamblea «unida por el amor a la justicia». El prelado recordó el pasaje bíblico del Libro del Levítico, que ofrece «prescripciones» legales para la celebración del Jubileo, las cuales «aprovechan la condonación de deudas y la posibilidad de redención de bienes, porque la tierra pertenece a Dios». «Que este Jubileo sea también para todos ustedes un recordatorio de la importancia de la ley, que comprende profundamente las necesidades del individuo, la sociedad y la creación», dijo Fisichella, «porque está arraigada en esa ley natural impresa en la creación que trasciende las fronteras de las naciones y los pueblos».
Se publicó primero como Jubileo de los Operadores de Justicia: Recuperar el alto y noble sentido del Derecho