Comunicado de www.vaticannews.va —
En el día en que Ucrania celebra la fiesta de la independencia, a 3 años y medio de la invasión rusa, el arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk cuenta a los medios vaticanos los sufrimientos y las esperanzas del pueblo ucraniano. El jefe de la Iglesia greco-católica expresa su gratitud por la solidaridad internacional y reafirma su total confianza en Dios.
Svitlana Dukhovych – Ciudad del Vaticano
Hoy se celebra el 34º aniversario de la independencia de Ucrania de la entonces Unión Soviética. El 24 de agosto de 1991 fue proclamada con un Acta adoptada por el Parlamento ucraniano y el primero de diciembre del mismo año un referéndum popular la confirmó con más del 90% de votos a favor. Fue un giro que en el país cambió también el papel de la Iglesia greco-católica que, hasta 1989, había sido clandestina. A confirmarlo a los medios vaticanos es el arzobispo mayor de Kyiv-Halyč, Sviatoslav Shevchuk.
Su Beatitud, ¿cómo cambió el papel de la Iglesia greco-católica con la restauración de la independencia de Ucrania en 1991?
No solo en los tiempos de la clandestinidad, durante la Unión Soviética, sino también antes, incluso cuando no existía un verdadero Estado, para el pueblo ucraniano la Iglesia era la única estructura social que lo representaba. Así fue durante la Confederación polaco-lituana, luego durante el Imperio austríaco, el Imperio ruso y después durante la segunda República de Polonia. A menudo la Iglesia era la única voz en defensa del pueblo ucraniano: estaba llamada a tener un papel que normalmente corresponde al Estado en lo que se refiere a los derechos de los ciudadanos. La Iglesia greco-católica siempre apoyó el deseo del pueblo de formar un propio Estado, también y sobre todo para poder confiar las responsabilidades civiles, de las que siempre se había hecho cargo, a un verdadero gobierno. La Iglesia desempeñó un papel importantísimo en la historia, sobre todo al inicio del proceso de disolución de la Unión Soviética y en los albores del Estado independiente ucraniano. La Iglesia continuó encarnando los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia, según los cuales, también en la nueva realidad de un Estado independiente, seguía siendo fundamental defender la dignidad de cada persona humana, promover el sentido de la responsabilidad, el bien común y la propia identidad. En los años 90, la Iglesia ucraniana desempeñó un papel fundamental en la transformación de la sociedad post-soviética, es decir, de una sociedad post-colonial a una sociedad democrática. Realmente desempeñó el papel de Madre y maestramadre y educadora, formadora de su propio pueblo.
El 24 de agosto, cuando en Ucrania se celebra el Día de la independencia, se cumplen también tres años y medio exactos desde el inicio de la invasión rusa. En este dramático período, la Iglesia en Ucrania ha estado constantemente al lado del pueblo, ofreciendo ayuda humanitaria y espiritual. ¿Qué, según usted, la misma Iglesia ha sacado de esta experiencia?
Son muchas las lecciones que hemos aprendido, pero quizás todavía necesitamos un poco de tiempo para comprender acontecimientos que, desde que comenzó la guerra, han trastornado a cada ciudadano ucraniano. Sin embargo, se puede hablar de algunos fenómenos muy importantes. Ante todo, hemos asistido a la formación de una nueva sociedad civil y política. Mi predecesor, Lubomyr Husar, decía que las divisiones en Ucrania no se deben a la pertenencia lingüística, étnica o confesional, las divisiones son entre los que aman a Ucrania y los que la odian. Esto se hizo evidente desde que comenzó esta guerra. He aquí por qué esta invasión ha mostrado la identidad de nuestro pueblo. Hay otro fenómeno muy interesante: esta nueva identidad es inclusiva. Es decir, hoy en día a sentirse ucranianos no son solo aquellos que pertenecen a la nación ucraniana en cuanto a etnia, cultura, lengua, sino también todos aquellos que defienden a la Ucrania independiente: judíos, musulmanes de varias nacionalidades, ucranianos, rusos, polacos, húngaros, griegos, cualquiera que viva en Ucrania hoy defiende su patria y forma una identidad ucraniana de manera inclusiva. Nunca se dice ni se dirá en el futuro: “Ucrania para los ucranianos”. Nadie necesita que alguien defienda los derechos de las minorías étnicas o religiosas en Ucrania.
Esta identidad inclusiva incide también en el trabajo y en el funcionamiento de las Iglesias cristianas en Ucrania. Por ejemplo, en el caso de la asistencia humanitaria o del servicio social de la Iglesia, lo hacemos a favor de todos. Nunca en una parroquia greco-católica se pregunta a quien pide ayuda: “¿A qué Iglesia perteneces? ¿Qué nacionalidad tienes?”. Esta solidaridad, que siempre tuvo su fundamento en la identidad cristiana, hoy es un fenómeno que abarca a todos y es verdaderamente el secreto de la resiliencia ucraniana y de nuestra capacidad de resistir a estos ataques tan fuertes desde fuera. En la historia siempre ocurre que un pueblo se siente más unido cuando atraviesa una experiencia común. Esta guerra es una experiencia común porque el misil ruso no distingue entre ortodoxos y católicos, entre cristianos, musulmanes o judíos. Todos somos heridos por la guerra del mismo modo. Y todos necesitamos la curación de esas heridas. Esta experiencia común –aunque trágica– ha dado la ocasión a la nación ucraniana de crecer en unidad. El Día de la independencia hoy se siente en Ucrania precisamente como el día de la unidad nacional que está llevando al nacimiento de un proyecto social común para el desarrollo de Ucrania, para la posguerra, para una Ucrania que seguramente será más fuerte, con una identidad más clara, reafirmada por esta tragedia: una identidad verdaderamente europea.
¿Cuáles son sus pensamientos respecto a los recientes esfuerzos internacionales dirigidos a poner fin a la guerra en Ucrania?
Sé que transmito el pensamiento del pueblo: hay una gran esperanza de que finalmente estos esfuerzos internacionales, también a nivel más alto de los liderazgos mundiales, puedan hacer detener esta ciega y absurda guerra. Cuando se dice que la guerra es “insensata”, es justamente así. Para el pueblo ucraniano defenderse hoy es verdaderamente cuestión de vida o muerte. Pero cuando a la defensa únicamente militar se le suman los otros esfuerzos, como los diplomáticos, pero también los económicos, se llega a ser cada vez más capaces de resistir y de defenderse. Además, lo que percibe la gente común es que en los últimos años, sobre todo desde que comenzó la guerra, nunca hemos visto una presión internacional tan fuerte hacia Rusia para que deje de matar a los ucranianos. En esta última semana hemos visto cómo todos los líderes de los países europeos se unieron a nuestro presidente y se presentaron en Washington para sostener las garantías de seguridad del Estado ucraniano. Esto nos hace entender que los líderes europeos ven a Ucrania como parte del continente bajo el aspecto cultural y económico. Ucrania, además, aseguraría en el futuro la seguridad de las fronteras de los países europeos. Ucrania ya forma parte del fenómeno europeo y ahora es en Ucrania donde se juega el futuro de la Europa unida.
Estamos en el Año jubilar dedicado a la esperanza, y sabemos que no se trata de mero optimismo. ¿Cuál es el fundamento de la esperanza que la Iglesia está llamada a ofrecer a la sociedad ucraniana en este período tan dramático de su historia?
A todos estos esfuerzos humanos, incluidos los de alto nivel internacional, nosotros los cristianos añadimos siempre lo que forma parte de nuestra identidad cristiana: oración y fe en Dios. No confiamos solo en la capacidad y en las fuerzas humanas, lo que experimentamos es que el Señor, la fuerza divina, se está manifestando hoy en este pueblo herido, lo cual es también fundamento y objeto mismo de la esperanza cristiana. Nosotros esperamos en Dios y quien espera en Dios nunca será defraudado. Esta esperanza cristiana es mucho más segura que los pactos o acuerdos humanos. Por eso Ucrania reza. La fe en Dios nos hace renovar nuestras capacidades humanas, sobre todo de hacer el bien. Quisiera de nuevo recordar las palabras de mi predecesor, Lubomyr Husar, que decía que cuando hacemos el bien somos fortísimos. Quien hoy quiera experimentar su propia capacidad de ser fuerte, puede lograrlo haciendo el bien a quienes lo necesitan, a su propio pueblo, a su propio Estado. Hacer el bien significa también vencer el cansancio, significa reencontrar las fuerzas humanas y cristianas que llevamos dentro de nosotros. Por eso a estos esfuerzos meramente humanos, el pueblo ucraniano añade la esperanza cristiana que no defrauda.
¿Quisiera añadir algo más?
Aprovecho esta ocasión para agradecer, ante todo, a los pueblos europeos que comprenden cada vez más que todo lo que sucede hoy en Ucrania toca también a sus sociedades, a sus Iglesias, a sus proyectos para una Europa segura, una Europa de paz, una Europa de cultura y desarrollo para el futuro. Quisiera también agradecer a los cristianos europeos y de todo el mundo porque sentimos la gran solidaridad de las Iglesias locales de todo el mundo. Últimamente hemos recibido una carta de la Conferencia Episcopal brasileña y también de las Iglesias no católicas, sobre todo Iglesias ortodoxas y protestantes. Por eso agradezco a todos los cristianos del mundo, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que nos demuestran su estima, su solidaridad también de modo muy concreto y muy tangible, participando en los varios proyectos humanitarios para sostener a Ucrania, también para la futura reconstrucción de nuestro país. Estamos agradecidos a todos por la oración, porque sabemos que la oración es verdaderamente una fuerza increíble que nos mantiene vivos y nos ayuda a vivir en estas condiciones dramáticas.
Se publicó primero como Shevchuk: hay una gran esperanza de que termine la guerra en Ucrania