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Una mirada que ve y no pasa de largo

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Comunicado de www.vaticannews.va — Una mirada que ve y no pasa de largo

Tomar la cruz y seguir al Señor es una respuesta al llamado a llevar una mirada de consuelo al mundo de hoy: “quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado” (Mateo 10, 34–11, 1)

Johan Pacheco

El aceptar un llamado de Dios es un compromiso sin igual, tomar la cruz de cada día, como la que Jesús tomó para darnos la salvación. Es una forma de decir “sí” al Señor en la tarea que nos corresponde como bautizados.  En el evangelio Jesús dice a sus discípulos, quienes enfrentan también la tentación de descuidar la misión encomendada, y con ello quizás dejar la cruz a un lado: “el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10, 38).

El Señor quiere respuestas concretas con compromisos verdaderos, como la del samaritano, que con los mismos ojos de Jesús miró, se compadeció y actuó. Pero para actuar como Jesús es necesario creer en él. El Papa León XIV en la homilía del domingo decía: “Creer en Él y seguirlo como sus discípulos significa dejarse transformar para que también nosotros podamos tener sus mismos sentimientos; un corazón que se conmueve, una mirada que ve y no pasa de largo, dos manos que socorren y alivian las heridas, los hombros fuertes que se hacen cargo de quien tiene necesidad” (Homilía, 13 julio 2025).

En esa misma homilía en Castel Gandolfo el Papa León afirma que “el buen samaritano, en efecto, es sobre todo imagen de Jesús, el Hijo eterno que el Padre envió en la historia precisamente porque ha mirado a la humanidad sin pasar de largo; con ojos, con corazón, con entrañas de conmoción y compasión”.

Es la mirada de Jesús la que nos deja contemplar su misericordia. Y es la mirada de Jesús en nuestros ojos la que pueden permitir al prójimo encontrar la mirada de amor de Dios en gestos concretos, en acciones que podemos hacer hoy en nuestra comunidad, o en el caminar sinodal de nuestra parroquia que anuncia a todos el Reino de Dios. Curar las heridas del odio; y atender las necesidades del prójimo.

Se publicó primero como Una mirada que ve y no pasa de largo

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