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El Papa León y un mundo a la altura de los niños

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Comunicado de www.vaticannews.va — El Papa León y un mundo a la altura de los niños

Han pasado dos meses desde la elección de Robert Francis Prevost a la Cátedra de Pedro y ya son numerosas las imágenes que simbolizan este pontificado recién comenzado. Entre ellas, aunque menos conocidas, está la del nuevo Papa que se inclina para estar junto a una niña que quiere regalarle un dibujo. Un gesto sencillo que, sin embargo, lleva un mensaje de gran valor: para construir un mundo mejor, hay que ponerse a la altura de los niños

Alessandro Gisotti

Son muchas y llenas de significado las imágenes que nos han dejado estos primeros dos meses del pontificado de León XIV. Algunas permanecerán en la memoria colectiva durante mucho tiempo, como las lágrimas contenidas en la Logia central de la Basílica petrina al ver a la gente festiva en la Plaza de San Pedro la tarde del 8 de mayo, en su primer Urbi et Orbi tras la elección. Pero hay una, mucho menos conocida, que con naturalidad lleva consigo un mensaje y una visión para el futuro. Es aquella en la que el Papa León está sentado con las piernas cruzadas junto a una niña del Centro de verano vaticano que le muestra un dibujo.

Llaman la atención las sonrisas de ambos: el Papa mira claramente hacia el objetivo de quien está tomando la fotografía. La niña está “encantada” con ese gesto y, por tanto, no mira al fotógrafo, sino que mantiene la mirada sonriente fija en León XIV. ¿Por qué esta imagen es tan importante? Porque con ese simple inclinarse, el Pontífice nos ha mostrado una dirección que debería seguirse por todos y, en particular, por quienes hoy tienen en sus manos el destino del mundo: ponerse a la altura de los niños, mirar el mundo con sus ojos. Cómo cambiarían las cosas de la humanidad si cada uno de nosotros tuviera el valor de agacharse como lo hizo Jesús cuando – retomando a los discípulos que querían alejar a los niños “molestos” –pronunció esa frase inmortal: “Dejad que los niños vengan a mí”.

Hoy, ¿cuánto dejamos que los niños vengan a nosotros? Y, sobre todo, ¿cuánto nosotros vamos hacia ellos? Hacia esos niños arrasados por la guerra, los hambrientos por el egoísmo ajeno, los abusados por mil formas de violencia. La lógica, antes que el sentimiento, exigiría que los adultos protejan a los pequeños. Sin embargo, sucede exactamente lo contrario: en las guerras decididas por los grandes, los primeros en sufrir son precisamente ellos: los pequeños. ¿Qué veríamos si nos inclináramos a la medida de los niños de Gaza, de Járkov, de Goma y de tantos, demasiados lugares conmocionados por conflictos armados? Quizá, si lo hiciéramos, algo cambiaría.

“Si queremos enseñar la verdadera paz en este mundo – decía Gandhi – y si queremos llevar adelante una verdadera guerra contra la guerra, debemos comenzar por los niños”. Imaginemos por un instante si en el Consejo de Seguridad de la ONU se sentaran niños de las naciones de las Grandes Potencias. Quién sabe cómo cambiarían las relaciones internacionales. Lamentablemente, debemos reconocer con amargura que la realidad de la guerra nos es inculcada, como veneno, desde los primeros años de nuestra vida. Lo explica de manera dramáticamente efectiva Bertolt Brecht en un poema escrito cuando se acercaba el lúgubre inicio de la Segunda Guerra Mundial: “Los niños juegan a la guerra. Es raro que jueguen a la paz porque los adultos hacen la guerra desde siempre”.

Por eso, quizás, la única vía para cambiar el curso de la historia es realmente aquella que parece más improbable: agacharse, bajar de nuestras convicciones y de nuestros intereses de adultos, y poner nuestros ojos (y aún más, nuestro corazón) en la mirada “baja” de los niños. El Papa León, como misionero y obispo en Perú, se ha agachado muchas veces para estar a la altura de los niños. Son numerosas las imágenes que nos muestran en esa situación. Ahora que es Obispo de Roma, su estilo no ha cambiado, como nos ha “confirmado” esa foto tomada en el Centro de verano vaticano en el Aula Paolo VI. Hacerse pequeños, para hacer más grande nuestra humanidad. Una lección que hoy necesitamos inmensamente.

Se publicó primero como El Papa León y un mundo a la altura de los niños

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