Comunicado de www.vaticannews.va —
Las guerras en curso, el ocaso del multilateralismo, la voz profética de los Papas
Andrea Tornielli
Ochenta años, y sentir todo su peso. El 26 de junio de 1945 se firmó en San Francisco la Carta de las Naciones Unidas, cuyo preámbulo indica el objetivo de «salvar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra» y «promover el progreso social y un nivel de vida más elevado dentro de una libertad más amplia». La firmaron los representantes de 50 países que salían de la guerra mundial más catastrófica —y aún no concluida— que había vivido la humanidad. Una guerra que marcaría el macabro récord de unos 50 millones de muertos, en su mayoría civiles.
Ochenta años después de su creación, esta institución —templo del multilateralismo, cuya razón de ser es la primacía de la negociación sobre el uso de la fuerza, el mantenimiento de la paz y el respeto del derecho internacional— muestra todas sus arrugas. Sin embargo, su creación supuso un auténtico milagro, que tuvo lugar en la ciudad estadounidense que lleva el nombre del santo de Asís. Un milagro frágil, como el cristal del Palacio de Cristal, que ha dado lugar a importantes resultados: la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y numerosas operaciones de paz y reconciliación.
Hoy más que nunca necesitamos este frágil milagro. Debemos hacerlo menos frágil, creer en él como han demostrado creer en él los sucesores de Pedro que, desde 1965 hasta 2015, han visitado el Palacio de Cristal reconociendo que las Naciones Unidas han sido y siguen siendo la respuesta jurídica y política adecuada a los tiempos en que vivimos, marcados por un poder tecnológico que, en manos de las ideologías, puede producir terribles atrocidades.
En los últimos días, durante una conferencia en la Universidad de Padua, el ministro de Defensa italiano, Guido Crosetto, afirmó con lúcido realismo: «Debemos defender los logros de años que nos han llevado a codificar el derecho internacional, que es totalmente diferente de un orden internacional y, muy a menudo, se opone a él. Porque el orden internacional —añadió el ministro— normalmente lo impone alguien, el más fuerte, que puede decidir que ese derecho en algunos casos no cuenta. Que es lo que estamos viviendo ahora… Esto se debe a que la multilateralidad ha muerto y la ONU cuenta tanto como Europa en el mundo, ¡nada!».
No hace falta mucha imaginación para comprender a qué se refieren sus palabras: basta con mirar lo que ha ocurrido en los últimos tres años, desde la agresión rusa a Ucrania hasta el inhumano ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre; desde la guerra que arrasó Gaza y la convirtió en un espectral montón de escombros y cadáveres, hasta el inquietante conflicto entre Israel e Irán, en el que también intervino Estados Unidos. Por desgracia, es cierto que el orden internacional lo impone el más fuerte, que decide cuándo proclamar y cuándo olvidar el derecho internacional y el derecho humanitario, según le convenga.
Por eso, ochenta años después del inicio de ese frágil milagro, con la voz de León XIV repetimos las palabras «más urgentes que nunca» del profeta Isaías: «Una nación no levantará más la espada contra otra nación, no aprenderán más el arte de la guerra». «Escuchad esta voz que viene del Altísimo —dijo el Papa—, curad las heridas provocadas por las sangrientas acciones de los últimos días. Rechazad toda lógica de prepotencia y venganza y elegid con determinación el camino del diálogo, la diplomacia y la paz». Los caminos del multilateralismo y la negociación. Los caminos emprendidos hace ochenta años, que representan la única alternativa para nuestro mundo tan cerca del abismo de la autodestrucción.
Se publicó primero como La Carta de las Naciones Unidas, ochenta años de un milagro frágil