Comunicado de www.vaticannews.va —
El Pontífice, en su testamento, pidió ser enterrado en la tierra, junto al icono mariano que tanto amaba. Conservada en la Capilla Paulina de la basílica de Santa María la Mayor, está rodeada de suntuosos mármoles y bronces dorados que no opacan su magnetismo. La sagrada imagen tiene una historia que se entrelaza con la ciudad de Roma desde los primeros siglos
Maria Milvia Morciano – Ciudad del Vaticano
Desde su fundación durante el pontificado del Papa Liberio, entre 352 y 366, los siglos se han sucedido enriqueciendo cada vez más la basílica papal de Santa María la Mayor. La sensación que se tiene al entrar en la gran iglesia y atravesar las naves es una sensación de luz dorada que culmina en los mosaicos del ábside y el arco triunfal. Todo respira al nombre de María, a su maternidad divina, a los nacimientos de su Hijo, cuya vida se cuenta en los años que van desde la Natividad hasta la infancia.
Entre las reliquias vinculadas a la Virgen, el icono de la Salus Populi Romani marca un vínculo indisoluble con el pueblo, con los pontífices y con la historia. Una imagen que se ha hecho familiar en todo el mundo y que con el tiempo se ha vinculado profundamente a la devoción del Papa Francisco, que en su testamento pidió ser enterrado en la basílica de Santa María la Mayor, junto a la capilla paulina que alberga el cuadro de la Virgen.
Según recientes investigaciones y restauraciones, la imagen sagrada data de entre los siglos IX y XIII. Se trata de una pintura sobre tabla de madera de tilo, que representa el medio busto de la Virgen con el Niño en brazos entrelazados. Un manto, el maphorion bizantino, azul oscuro ribeteado de oro, enmarca su rostro y desciende hasta envolverla en un drapeado de suaves pliegues. La túnica que se vislumbra en el pecho y las mangas también está decorada en oro. El rostro es un precioso óvalo de pinceladas blancas, verdes y rosas entre luces y sombras que esculpen su nariz estrecha, sus cejas espesas, sus grandes ojos marrones de mirada intensa y distante, muy dulces. Su boca es pequeña, según los cánones de la perfecta belleza medieval, y parece insinuar una sonrisa. Sus manos están cruzadas en un gesto muy familiar a las mujeres que pueden así sostener firmemente a los niños. La representación es naturalista, hasta el punto de que en el dorso de la mano se pueden ver los pliegues de piel ondulados por el peso de Jesús sobre su brazo. Esto, entre otras pistas estilísticas, lleva a situar su realización en el ámbito romano altomedieval.
Un dedo de la mano derecha está rodeado por un anillo, mientras que el izquierdo sujeta un precioso pañuelo azul decorado en rojo y ribeteado con finos flecos. Se trata de un manípulo o mappula, que antes de convertirse en prenda de la liturgia cristiana era prerrogativa de los nobles de la época imperial en circunstancias de gala. Es, pues, un signo regio, pero también alude a momentos particularmente solemnes, como la bendición de las Palmas o el exultet que da el primer título de la Virgen en el sentido de Regina Coeli, Reina del Cielo. El Niño estrecha contra su pecho un libro ricamente decorado, evidentemente un Evangelarium, mientras levanta el rostro para mirar a la Madre. Su pequeña figura está vestida con un manto muy rico, el himation, drapeado en oro y bronce.
La posición de los pies, uno de ellos suspendido y de perfil, sigue una convención muy utilizada en la Antigüedad para dar tridimensionalidad a la figura. La mano derecha de la Virgen parece reflejar la del Hijo en el gesto de los tres dedos extendidos: el uno para bendecir, el otro -probablemente- para aludir a la Trinidad.
Las letras griegas de la parte superior, a ambos lados de la cabeza de la Virgen, MP ΘY, son una abreviatura de Mèter Theoù, Madre de Dios.
Según la tradición, el icono, pintado por el evangelista Lucas, llegó a Roma procedente de Jerusalén y fue colocado en Letrán, en el oratorio pontificio. Fue donado por el papa Sixto III, entre 432 y 440, a la basílica de Santa María la Mayor, donde reside desde entonces, inicialmente en el altar mayor y luego trasladado a la capilla Paulina o Borghesiana, donde se encuentra desde 1613.
Salvación del pueblo romano
Los romanos recurrían a la imagen sagrada en tiempos de peligro. Por ejemplo, durante la peste de 509, cuando abrió la procesión septenaria encabezada por el Papa Gregorio Magno que discurría desde las calles de Roma hasta la Basílica de San Pedro, y de nuevo durante la epidemia de cólera de 1837 fue invocado por el Papa Gregorio XVI.
Pío XII, el 4 de junio de 1944, cuando se acercaba el choque frontal entre los ejércitos alemán y aliado, se dirigió a ella para implorar la salvación de la ciudad. Finalmente, el Papa Francisco en la plaza de San Pedro, en la Statio Orbis del 27 de marzo de 2020, al comienzo de la pandemia.
Una suntuosa capilla
La Capilla Paulina o Borghese, que debe su nombre al Papa Pablo V Borghese, está situada al final de la nave izquierda, entre la Capilla Sforza y la sacristía, y es un espejo de la Capilla Sixtina o del Santísimo Sacramento, medio siglo más antigua, que se encuentra a lo largo de la nave derecha. Nada más ascender al trono pontificio, en 1605, el Papa Pablo V, nacido Camilo Borghese, encargó al arquitecto lombardo Flaminio Ponzio la construcción de la capilla para albergar la imagen de la Salus Populi Romani, que fue consagrada solemnemente el 27 de enero de 1613, con la colocación del icono en el altar, por mano del mismo Pontífice.
La planta de la capilla tiene forma de cruz griega, que da movimiento a las paredes, y está ricamente decorada con mármoles policromados, bajorrelieves y estatuas, entre ellas las del papa Clemente VIII Aldobrandini y Pablo V Borghese, en su monumento sepulcral. Muchos artistas importantes de la época trabajaron en este suntuoso monumento, tan resplandeciente que casi carece de sombras. Las esculturas y relieves fueron creados por los escultores Silla Longhi, Ambrogio Buonvicino, Giovanni Antonio Paracca conocido como Valsoldo, Cristoforo Stati, Nicolas Cordier, Ippolito Buzio, Camillo Mariani, Pietro Bernini (padre del más famoso Gian Lorenzo), Stefano Maderno y Francesco Mochi. Los frescos, en cambio, son obra de Cavalier d’Arpino, Ludovico Cigoli, autor de la cúpula, y Guido Reni, il Passignano, Giovanni Baglione y Baldassare Croce y, más tarde, Giovanni Lanfranco.
El altar mayor fue concebido primero en madera de peral, en 1607, y más tarde en mármol de jaspe de Barga y bronce dorado. Un par de columnas corintias sostienen un tímpano partido, que a su vez encierra un bajorrelieve, obra de Stefano Maderno, que representa al papa Liberio trazando en la nieve el surco que determinaría la disposición de la basílica.
Stefano Maderno, El Papa Liberio traza el perímetro de la basílica de Santa María la Mayor en la nieve, Capilla Paulina, Santa Maria MaggioreStefano Maderno, El Papa Liberio traza el perímetro de la basílica de Santa María la Mayor en la nieve, Capilla Paulina, Santa Maria Maggiore
El relicario que encierra la Salus Populi Romani está concebido como un tabernáculo, diseñado por Girolamo Rainaldi y realizado por Pompeo Targone. El icono está sostenido por un vuelo triunfal de ángeles dorados que destacan sobre el fondo azul intenso del lapislázuli, dando la impresión de que la Virgen y el Niño se encuentran ante una ventana abierta en el cielo, dejando entrever la luz dorada celestial.
Una intervención directa de la Virgen
En su testamento del 29 de junio de 2022, el Papa Francisco pidió ser enterrado «en el lóculo de la nave lateral entre la capilla Paulina (capilla de la Salus Populi Romani) y la capilla Sforza de la citada Basílica Papal». Una tumba «en la tierra; sencilla, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus».
El cardenal Rolandas Makrickas, arcipreste coadjutor de la basílica de Santa María la Mayor, durante una entrevista concedida al Corriere della Sera reveló que había sugerido al Papa que fuera enterrado no en San Pedro, como es costumbre para los pontífices, sino en el lugar tan querido para él, donde tantas veces vino a reunirse en oración, primero como sacerdote, luego como cardenal y finalmente, 126 veces, como Papa. Incluso cuando fue dado de alta del hospital Gemelli, el 23 de marzo, su deseo fue pasar por la basílica, donde se detuvo fuera, en su coche, y dejó un ramo de flores para depositarlo a los pies del icono mariano. Al cabo de unos días, hace tres años, cuenta el cardenal, el Papa le llamó: «La Virgen me ha dicho que prepare la tumba». Y aún relata las palabras de Francisco en aquella ocasión: «Estoy contento de que la Virgen no se haya olvidado de mí. Busca el lugar donde pueda estar mi tumba porque quiero ser enterrado aquí». «Fue algo un poco especial», comentó el cardenal Makrickas, «yo diría que una intervención directa de la Virgen».
Sobre la muerte, el Papa se detuvo algunas veces: «Un poco de miedo -dijo durante la audiencia general del 24 de agosto de 2022- porque este pasaje no sé lo que significa y pasar por esa puerta da un poco de miedo, pero siempre está la mano del Señor que te lleva adelante y una vez que pasas por la puerta hay fiesta». Una fiesta prefigurada por el icono de la Virgen que, de pie en el umbral de la puerta del cielo, nos permite imaginarla acogiendo a Francisco acompañándole «hasta la otra orilla».
Se publicó primero como Salus Populi Romani, el Papa Francisco en brazos de la Madre