Comunicado de www.vaticannews.va —
El misionero argentino, amigo fraterno del Papa Francisco, se enteró de la noticia tras un largo y fatigoso viaje a la selva para celebrar las liturgias pascuales y los bautismos. La alegría por la entrada de nuevos fieles en la pequeña Iglesia papú estaba impregnada de dolor por la pérdida de una figura paterna. «Siempre nos pedía que rezáramos por él, y eso es lo que hemos hecho, que su alma descanse. No dejará de estar cerca de nosotros»
Antonella Palermo – Ciudad del Vaticano
Desde esa periferia a la que el Papa Francisco llegó como si fuera un explorador incansable, llega el breve pero intenso testimonio del padre Martín Prado, misionero argentino del Instituto del Verbo Encarnado, que desde hace más de diez años vive en la remota Vanimo, la aldea que acogió al Pontífice en su último y larguísimo viaje al extremo oriente el pasado septiembre.
La noticia llega a la floresta remota
«Lo siento mucho. Fui a rezar un rosario con mis feligreses, mis parroquianos de la floresta. Volví y el domingo por la mañana fui a celebrar misa en un pueblo muy, muy lejano. Dormí allí – cuenta el misionero – y luego celebré en otro lugar, cerca del río Sepik».
Fue al llegar al campamento base de su parroquia en la floresta cuando el padre Martín se enteró de la noticia de la muerte de su querido amigo Francisco: «Así que fuimos a rezar con los monaguillos, con la gente que estaba allí, toqué la campana y fuimos a rezar por el Santo Padre».
Hacer como Francisco, ir a las latitudes extremas
La gran alegría por el sacramento del Bautismo, que se había impartido en este pueblo, se mezclaba con la tristeza. «Había valido la pena llegar hasta allí – subraya el misionero – luchando contra un transporte muy difícil y unos traslados muy duros». El recuerdo de una «carretera monstruosa y el coche parado…».
Pero el propio Papa Francisco habría estado de acuerdo en que sí, merece la pena. Porque él mismo dejó a un lado el cansancio, las limitaciones físicas, la fragilidad, para no faltar a la cita con los más pobres, en las latitudes más lejanas.
Seguirá ayudándonos desde el cielo
«Era un gran amigo nuestro. Rezar por él, por su alma, porque al fin y al cabo también es un hombre como ustedes y como yo».
Palabras que llegan en un tono tenue, atravesado por el cansancio, pero convencido e incuestionable. De hecho, los habitantes de Papúa Nueva Guinea no dejaron de pensar con aprensión, durante todo el período de hospitalización y convalecencia, en aquel ejemplo de amor, ternura y fraternidad que el Papa, un padre para ellos, les había mostrado.
(con la colaboración de Sebastián Sansón Ferrari)
Se publicó primero como «Francisco nos ha ayudado mucho y seguirá haciéndolo»