Comunicado de www.vaticannews.va —
Por quinta noche consecutiva, se rezó el santo rosario en la Plaza de San Pedro por la salud del Papa Francisco. Dirigió la oración el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe: a la mirada maternal de María confiamos la salud del Santo Padre.
Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano
«Por favor, no se olviden de rezar por mí». Una petición sencilla, pero densa de significado, que ha atravesado los años de pontificado del Papa Francisco como un hilo fino y tenaz. Incluso esta tarde, virnes 28 de febrero, resonaba en el corazón de los fieles, que acudieron en masa a la Plaza de San Pedro para reunirse en oración a su alrededor, tejiendo esperanza y devoción entre las cuentas del Rosario.
Una oración que el Pontífice guarda en su «corazón», con el deseo de que vaya más allá de sí mismo, elevándose «también por todos aquellos que, en este particular momento dramático y sufriente del mundo, llevan la pesada carga de la guerra, la pobreza y la enfermedad. A ellos se une en la oración». Así lo recordó el Cardenal Víctor Manuel Fernández, Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, quien dirigió el rezo de la oración mariana «por la salud del Santo Padre Francisco» precisamente bajo la mirada de la Madre de la Iglesia, cuyo icono vela también el momento de oración de esta tarde.
La oración del Pueblo de Dios
Cardenales, sacerdotes, religiosas, fieles laicos de diferentes rincones del mundo -se vislumbra un Rosario junto a una bandera de Brasil-, algunos jóvenes: el pueblo de Dios, en sus múltiples matices, entrelaza sus voces en una única melodía de fe, meditando los Misterios Dolorosos.
La luz de la «bendita esperanza»
Del pasaje evangélico al Padre Nuestro, pasando por las decenas de Avemarías, la oración se alterna con silencios cargados de devoción. Ojos cerrados, absortos, o abiertos, fijos en el icono mariano, cuya luz parece rodear a los fieles en un segundo abrazo, después del solemne de la columnata de Bernini. Cristo ante Pilatos, la flagelación y la coronación de espinas, todo el camino hasta el Calvario y, finalmente, hasta la cruz. La contemplación del dolor se refleja en el cielo nocturno de Roma, donde la oscuridad da paso a la «bendita esperanza», invocada antes de la oración final: Oremus pro Pontifice. Esa esperanza es luz, como el reflejo dorado de la fachada de San Pedro, o las antorchas que algunos fieles sostienen en sus manos. Es la «meta» hacia la que los fieles caminan «juntos», idealmente unidos incluso cuando, terminado el Rosario, cada uno reemprende el camino de vuelta a casa.
Se publicó primero como Fernández: el Papa aprecia la oración por los que sufren la enfermedad