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Gallagher en México: Que la Iglesia sea signo de unidad, justicia y paz

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Comunicado de www.vaticannews.va — Gallagher en México: Que la Iglesia sea signo de unidad, justicia y paz

En la Misa celebrada ayer en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, el Secretario para las Relaciones con los Estados y los Organismos Internacionales recordó cómo este lugar sagrado no es sólo un lugar de memoria sino también una estación misionera: La Iglesia local debe afrontar muchos desafíos como la migración, la violencia, la criminalidad, la indiferencia religiosa, la pobreza, la degradación ecológica.

Federico Piana – Ciudad del Vaticano

Este santuario no es solo un lugar de conmemoración, sino también un centro misionero. Aquí, el llamado a honrar a Dios, amar al prójimo, proteger la vida, servir a los pobres, acoger a los migrantes, ser una Iglesia que sea ‘un hospital de campaña’, como dijo el Papa Francisco, ofreciendo misericordia, sanación y esperanza, sigue vigente. En la misa celebrada ayer, 27 de julio, en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en México, el arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados y los Organismos Internacionales, elevó su mirada hacia la Virgen María, quien en 1532, apenas diez años después de la conquista de Tenochtitlán —nombre precolombino de la Ciudad de México, capital del Imperio Azteca— se apareció al indígena converso Juan Diego Cuauhtlatoatzin, hoy venerado como santo en la Iglesia.

Madre de todos los pueblos

Ella «no habló a través de los conquistadores que llegaron a esa tierra», recordó el prelado en su homilía, durante su visita al gran país latinoamericano del 24 al 28 de julio, con motivo de la asamblea general de la Federación Internacional de Universidades Católicas en Guadalajara. María, añadió, «no apareció con traje europeo. Vino como una más del pueblo: una mestiza, vestida de sol, embarazada del Verbo hecho carne. Sus palabras, pronunciadas en náhuatl (la lengua azteca), aún resuenan a lo largo de la historia: ‘¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?». Además, explicó Gallagher, «con estas palabras», ella «unió dos culturas. Ofreció consuelo maternal a un pueblo cuyo modo de vida había sido trastocado. E inauguró una nueva evangelización, no impuesta, sino ofrecida y aceptada. Se reveló como la Madre de Dios y como la madre de los pueblos del nuevo mundo».

No solo una reliquia

El arzobispo enfatizó que la Tilma, el manto de Juan Diego sobre el que apareció milagrosamente la imagen de María, «no es solo una reliquia. Es un testimonio vivo del poder de Dios para traer unidad de la división, fe del miedo y sanación del dolor. Desde ese momento, millones de personas se acercaron a Cristo, no por la fuerza, sino gracias al llamado amoroso de una madre». Y desde allí, añadió, la Iglesia mexicana comenzó a tomar forma: «Una Iglesia local que nació no sin lágrimas, per que también nació de la fe y la dulce fortaleza de Nuestra Señora. A lo largo de los siglos, la fe ha arraigado profundamente. Tanto es así que, frente a la severa persecución, los fieles se mantuvieron firmes. No podemos dejar de recordar a los fieles católicos de principios del siglo XX, tanto sacerdotes como laicos, que dieron su vida por la libertad de culto. Uno de ellos, el beato Miguel Agustín Pro, jesuita, como otros, gritó al enfrentarse al pelotón de fusilamiento: «¡Viva Cristo Rey! ¡Y Nuestra Señora de Guadalupe!». No eran gritos de odio, sino de esperanza. Esperanza de que ningún régimen terrenal pudiera extinguir la llama de la fe encendida por Nuestra Señora de Guadalupe.

Iglesia animada

Y es precisamente a esta Iglesia vibrante y valiente a la que el Arzobispo Gallagher señaló los numerosos desafíos futuros: «Migración, violencia, delincuencia, indiferencia religiosa, pobreza, degradación ecológica y un creciente vacío espiritual que ninguna riqueza material puede llenar, por nombrar solo algunos. ¿Por dónde empezamos a abordar estos desafíos? A menudo, lo que más nos falta es un corazón que verdaderamente escuche a Dios, y lo que más necesitamos es la capacidad de orar con sinceridad. Con demasiada frecuencia oramos mecánicamente, o solo en momentos de crisis. Hemos perdido la capacidad de asombro, la humildad, la valentía para pedir y confiar».

Ruta alternativa

Pero, explicó el prelado, es la propia Virgen de Guadalupe quien nos muestra un camino alternativo porque «No nos enseña a orar con palabras, sino con su presencia, invitándonos a ser pequeños, a tener fe, a escuchar como ella. El milagro de su presencia, así como el de su manto, despierta en nosotros un sentido de asombro y admiración por Dios, que abre nuestro corazón a la oración como pocas cosas pueden hacerlo».

Mensaje actual

El mensaje de Guadalupe debe, pues, brillar precisamente en estos tiempos de fragmentación, cuando las barreras se erigen más rápido que los puentes: «La misma Virgen que se apareció en el Tepeyac sigue caminando con nosotros. Su mensaje no es un recuerdo, es una misión. Invita a la Iglesia en México no solo a defender la fe, sino también a vivirla proféticamente. La Iglesia debe ser un signo radical de unidad, justicia, paz y perdón, arraigado en la oración».

Con los pobres y los marginados

Nuestra Señora de Guadalupe, concluyó Gallagher, «no es solo la Madre de México. Es la Madre de las Américas. Madre de todos. Ella une lo que el mundo intenta dividir. Su manto no solo lleva su imagen, sino también su solidaridad con los que sufren y los marginados. Estamos llamados no solo a admirar a Nuestra Señora, sino también a imitar su apertura radical al plan de Dios».

Se publicó primero como Gallagher en México: Que la Iglesia sea signo de unidad, justicia y paz

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